Elogio
del nombre
Uno
sale a la calle y se encuentra tu nombre.
Cuando
algún transeúnte de repente
lo
sopla en mis oídos.
(quién
sabrá si de veras lo menciona
o es
el eco de haberlo oído tanto)
una
guerra de fibras invisibles
estallará
en alguna parte:
millones
de cometas se posarán en tu sonrisa
delatores,
culpables, juguetones
que
harán como de luz a mi torpeza
evidenciándola
y a
la vez volviendo a tu luz propia.
En
los atascos se juega con tu nombre
y en
los bares coquetean.
En
las orillas se desnudan de ti, por supuesto con tu nombre.
Copulan
inconscientes con la nada
perdidos,
sin saberlo, en tu inocencia.
En
los barrios se habla de tu nombre,
juegan
con él los niños en la calle,
se
hace rumor entre vecinos
que
sin querer te exaltan.
Y yo
que no iba a escribir poemas
me
sorprendo perdida en los atascos
desnudándome
seguro de tu nombre
copulando
sin saberlo con la nada
jugando
con los niños en la calle
coqueteando
sin querer con tu inocencia
con
tus rumores
casi
con la soledad.
El
reto
Yo
quiero darte un beso sorpresivo
que
llegue hasta tu boca sigiloso,
perdido
e inocente, cariñoso,
desenfadado,
corto, casi esquivo.
Como
un roce espontáneo, decisivo
(en
pacto no acordado y amistoso)
que
palpe tu mejilla, y temeroso
se
esconda en algún punto suspensivo
que
esconda mi inocencia mentirosa,
fingidora
de azares en tu boca,
y
acalle tu mirada sorprendida.
Pues
aunque en mi deseo, comedida
una
idea traidora se desboca:
el
reto de tu boca deliciosa.